LA GRAN DESILUSIÓN

11:49

Cuando era niña me quedaba despierta y oía a los reyes magos trastear por el jardín. ¡Eran ellos! Mis hermanos decían que no, que era mamá recogiendo jazmines. No sé si ellos dudaban tanto como yo, pero decían con seguridad que no había reyes y que no era bueno inventarlos. Y yo les creía. Pero sólo un poquito. Y les habría creído más si la historia que vengo a contarles no hubiese tenido lugar.

Ocurrió cuando yo tenía unos nueve, diez o quizá once años. Los años, lo sabréis con el tiempo, de lejos se ven más diminutos y difíciles de atrapar en la memoria. La víspera de la noche de reyes me estaba preparando para irme a dormir cuando vi una larguísima sombra posándose sobre la pared de mi dormitorio. Una silueta de corona elegante y alargada, de viajes larguísimos.

"A dormir"; la voz serena de mi madre me sacudió. Temí que entrara, que viera, y a la vez, ¡lo deseaba tanto! "Mirá, mamá", le dije absolutamente excitada. Sus ojos marrones se posaron sobre la misma pared que aturdía mis pupilas, pero su semblante se mantuvo intacto. "Es hora de dormir, ¡vamos!". Obedecí sin decir palabra, profundamente dolida.

Al día siguiente me levanté apenas las primeras luces del alba rozaron mis mantas. Corrí al comedor, donde disponíamos los zapatos para que los reyes magos dejaran sus obsequios. La hierba y el agua estaban intactos en los cuencos y nuestros zapatos, vacíos. La desilusión arrasó mi rostro y también el de mis hermanos. "Este año los reyes no han pasado. Ya somos bastante grandecitos todos, parece", dijo mi madre con una media sonrisa.

Fue un día raro para mí. Un día en el que sentí con mayor fuerza ese fuego intenso que provoca la esperanza, la necesidad de creer-aferrarte a algo más valioso que el mundo que puedes tocar. Pasó lento, y finalmente llegó a su fin.

Al disponerme para meterme en la cama (con el deseo de no volver a despertar) mis ojos se posaron sobre mi pequeña biblioteca desde donde algo llamaba su atención. Un lomo rojizo asomaba entre mis pocos libros leídos y aprendidos de memoria. Me acerqué para verlo de cerca, ¡era un libro nuevo! ¿Cómo había llegado hasta allí? La pared blanca y lisa parecía sonreír, mi espíritu volvía a acomodarse en su sitio y el olor intenso de los jazmines invadía la casa como nunca.


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